Un señor de mediana edad, literalmente descompuesto, entra en el despacho de un psiquiatra. Hace tan mala cara y se le ve tan desesperado, que el psiquiatra le invita a exponerle, sin más preámbulos, su problema.
- Pues verá usted, doctor; estoy desesperado, no puedo más. No le veo solución alguna a mi problema.
- No hay problema que la psiquiatría actual no pueda resolver. Usted confíe en mí y ya verá como se lo arreglo. Cuénteme, cuénteme...
- Pues verá usted, doctor; yo, cada día, al regresar de mi trabajo, me pongo las zapatillas, ceno, miro un poco la tele y me acuesto.
- ¿Y tiene Ud. problemas de insomnio?
- No, no; me duermo enseguida.
- Entonces...
- Pues verá usted, doctor; cada noche sueño lo mismo.
- Muy interesante. ¿Y qué sueña Ud?
- Pues verá usted, doctor; sueño que me paseo por un bosquecito y, de repente, me encuentro con un enanito que me saluda y me dice: “Buenas noches, Fernando; ¿cómo estas?” Yo le contesto: “Bien, gracias; ¿y Ud.?” Pero el enanito, sin contestarme, prosigue con sus preguntas: “¿Has trabajado bien, hoy?” Yo le contesto: “Regular, regular”. Y el enanito, como si me conociese de toda la vida añade: “¿Y ya has hecho pipí, Fernandito?” Yo le contesto la verdad: “No señor, todavía no.” Y entonces, el enanito, con una voz suave y maliciosa a la vez me dice: “Pues anda, haz pipí, Fernandito...” Y me lo dice con tanta persuasión, que no puedo más que obedecerle y... me orino en la cama. Ya puede Ud. imaginar que calvario es mi vida: mearme en la cama a los 40 años cumplidos. No puedo ni casarme, ni hacer vida normal ni nada. Estoy para el arrastre.
- Hombre, pues su problema tiene fácil solución.
- ¿Lo dice de verdad, doctor?
- Claro que sí. Es muy sencillo. Cada noche, antes de acostarse, Ud. se va al W.C. y orina tranquilamente. Cuando se le aparezca en sueños el enanito y le pregunte a Ud. si ya ha hecho pipí, Ud. le contesta que sí, que lo ha hecho justo antes de acostarse, y en paz. Es así de sencillo.
- Pues muchas gracias, doctor. No sabe Ud. el peso que me saca de encima. Se lo agradeceré toda la vida.
Pasan los meses y el cliente no vuelve más a la consulta. Lógicamente, el psiquiatra está convencido de que le resolvió el problema, y contempla incluso la posibilidad de hacer una comunicación sobre el caso en el próximo congreso (la típica vanidad del psiquiatra ordinario). Hasta que un día, por casualidad, lo cruza por la calle. Si antes daba pena, ahora apenas parece un ser humano. El psiquiatra no había visto nunca, a pesar de su larga carrera, alguien tan destrozado como él. Se le acerca y le saluda.
- Buenos días, don Fernando. ¿No se acuerda Ud. de mí?
- ¿Que si no me acuerdo de Ud.? No paro de maldecirlo desde el día en que le conocí.
- Pero hombre, ¿aplicó Ud. escrupulosamente el tratamiento que yo le di?
- ¡Claro que sí, doctor!
- Entonces...
- Pues verá usted, doctor. Yo seguí sus consejos al pié de la letra. Antes de acostarme, le cambié el agua a las olivas, como decimos en mi pueblo, y me fui a dormir. Como siempre, me dormí enseguida y, como siempre, se me apareció el enanito y me dijo: “Buenas noches, Fernando; ¿cómo estas?” Yo le contesto: “Bien, gracias; ¿y Ud?” “¿Has trabajado bien, hoy?” “Regular, regular”. “¿Y ya has hecho pipí, Fernandito?” Entonces, yo, ni corto ni perezoso, le digo con toda mi alma: “Sí señor, justo antes de acostarme.” El enanito se queda un tanto sorprendido y parece desconcertado. Pero, al cabo de unos segundos, me mira maliciosamente y, con una sonrisa sardónica, añade: “¿Y caca?”
(El problema de este señor es ¿desplazamiento del síntoma o incapacidad para generalizar?)
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